Desde hace años colabora con la Fundación Universitaria San Pablo y la Fundación Vodafone con el proyecto «Acercando las TIC a los mayores». La iniciativa comprende la impartición de cursos sobre usos cotidianos de Internet e Informática y Redes Sociales e Internet. Además, suele impartir a estos colectivos varios seminarios sobre los nuevos teléfonos móviles, sus aplicaciones, fotografía digital y vídeos, bajo el título “Sácale partido al smartphone en tu vida diaria”. Más de 1200 personas mayores al año pasan por sus talleres.
Borja Morais Pacheco (Madrid) | Si hay algo que aún respeto y admiro de esta profesión denostada y adulterada que es el Periodismo son las columnas de opinión. Por ello, me acerco a este texto cómo un asustado niño que ha escuchado un ruido en la habitación de al lado y se asoma para comprobar qué ha sido eso, con el temblor en el cuerpo por lo que puede encontrarse pero sabiendo que, de quedarse quieto en el confort que le otorga su cama, su imaginación puede dar lugar al peor de los temores.
Siempre me ha parecido fascinante que a una persona la soliciten para opinar. Que la paguen por ello, en el más lucrativo -que no el más reconocido- de los casos, es casi un milagro, pero el mero hecho de que cuente con un espacio propio en el que soltar cualquier cosa que le venga a la cabeza me parece un objetivo al que todo profesional debería intentar aspirar. Una medalla al honor y al buen hacer, más teniendo en cuenta la seriedad que se nos presupone a los que nos dedicamos a esto.
Sin embargo, en tiempos donde todo vale y todo molesta y todo se hace en pos de nuestra libertad y nuestros derechos, incluso cuando nos quejamos por la falta de ambos, conviene recordar que ni todo vale ni todo debería molestar, menos aún cuando de ofrecer una opinión se trata. La opinión, en cualquiera de sus formas, debe venir precedida por una educación que nunca nos paramos a considerar si quiere lograr el respeto que siempre cree merecer. La opinión, como el amor -o la cosa amorosa que decía Foster Wallace-, es una virtud que debe irradiar hacia fuera. Si irradia hacia dentro, como pasa en estos tiempos del yo donde todo vale y todos sabemos de todo y nos creemos con ese derecho que nos da la libertad de poder opinar, caemos en la tentación de ser categóricos, de limitarnos a ser solo escuchados por aquellos que piensan como nosotros. De tirarnos toda la vida decidiendo nuestra suerte a cara o cruz y solo actuar cuando la moneda cae por el lado que hemos elegido.
Me viene a la cabeza una maravillosa escena de A Roma con Amor en la que el personaje de Alec Baldwin le advierte al personaje de Jesse Eisenberg sobre lo que el personaje de Ellen Page hace para mostrarse sugerente e interesante, que no es otra cosa que opinar un poco de todo sin saber en realidad de nada. A veces, por intentar encajar o por miedo a no hacerlo, todos actuamos así. Todos usamos nuestra opinión para evitar abrirnos en canal y arriesgarnos a que nos llenen el cuerpo de piedras y sacos de arena. Y es en esta tesitura, tan habitual y manida, donde escondemos el valor detrás de nuestros complejos y desperdiciamos un arma con munición ilimitada de palabras y pensamientos, tan poderosa en forma como pacífica en fondo.
Escribo este artículo desde el sano nerviosismo que produce el respeto más absoluto que tengo por este proyecto y por las mentes que hay detrás de él que han decidido darme esta oportunidad. Opino sobre el arte de opinar sabiendo que podría haberlo hecho mejor, pero seguro de haber sido sincero, sinceramente lo digo. Me siento orgulloso de llegar al final del texto consciente de que tendré la guardia alta desde que ponga el punto final de esta primera columna hasta que escriba el inicio de la segunda. Un punto final con el que espero descubrir algo. Descubrir, como el niño al regresar a su habitación, que hay ruidos oportunos capaces de silenciar nuestros miedos.