Manuel Martín García (Granada) | Al asunto del juego le pasa como a ciertos consumos aceptados y legales: es una industria poderosa. El anuario del Juego en España habla de un sector económico que en 2019 supuso un 0,8% del PIB, generó 252.112 empleos directos e indirectos, y reportó 1.200 millones de euros a la administración vía impuestos y tasas especiales sobre el juego, es decir, sin contar con los impuestos que gravan a cualquier empresa, ya sea el de sociedades, el IAE u otros (al respecto, un matiz: no todo lo que se recauda permanece en nuestro país, la sede fiscal de una gran parte de empresas de juego on-line está en Gibraltar y, al parecer, con el Brexit, algunas han anunciado que se van a Malta).
El juego con moderación es diversión, resulta inocuo. Pero bien sabemos lo fácil que resulta traspasar la línea roja. De unos años a esta parte, ha crecido la preocupación social ante la cifra de jóvenes atrapados en apuestas ya sea en salas u online. La alarma ante la denominada `nueva droga de los barrios obreros´ ha saltado a los medios, generado debates parlamentarios, advertencias de las asociaciones de jugadores en rehabilitación, y se han multiplicado declaraciones institucionales y movilizaciones ciudadanas.
La lluvia de cifras que acompaña al fenómeno afirma que uno de cada cinco jóvenes está enganchado; según el Plan Nacional sobre Drogas, la adicción al juego en España afecta a un 0,3% de la población y al parecer, tenemos la tasa más alta de Europa de ludópatas de entre 14 y 21 años.
Como la demanda es explosiva, la oferta hace su agosto, el sector está en racha: sólo en Madrid en 5 años, las casas de apuestas crecieron un 300% mientras en Andalucía en octubre contábamos con 876 locales. Y la tendencia apunta a un crecimiento mayor: proliferan negocios on line, se multiplican campañas televisivas y anuncios en cualquier soporte muestran rostros de actores famosos o deportistas de élite prestando su imagen al negocio. A ello se añade un arsenal excelente de ofertas, descuentos y promociones sugerentes para poder iniciarse: desde bonos regalo, a microcréditos sin aval en las primeras partidas, es decir, webs que `regalan dinero´, o incluso locales de apuestas donde se ofrece a los chavales bebidas, aperitivos o partidos de fútbol gratis.
Nada nuevo aportaré sobre las causas de esta plaga porque esta es como todas, y hay muchísimas: lograr recompensas rápidas, llenar vacíos, vivir sensaciones… Vivimos un tiempo extraño de ataduras y dependencias, todos de un modo u otro andamos atrapados en algo. Somos adictos a comer, a beber, a fumar, a comprar, a trabajar, a coleccionar, a los móviles, al sexo, a los medicamentos, al deporte, al juego…cada cual y cada quien podría ampliar esta lista…Da igual si la persona necesita que haya en sangre nicotina; o si ha acostumbrado a su organismo a subir la adrenalina o la sustancia que sea, a fuerza de repetir ciertos comportamientos –ejercicio, gasto, riesgo-. Es decir, el hábito de echar monedas a la máquina tragaperras esperando la lluvia de dinero –clic, clic, clic- genera un estado cerebral del que es tan difícil abstenerse como del consumo de hachís.
Sin duda la adicción al juego es un peligro nuevo o mejor, uno reciente, una tendencia que, sin ser emergente –llevamos años en ello-, cobra más protagonismo ahora. Sólo en 2019, la Oficina del Defensor de Granada ha atendido una veintena de casos de padres y madres machacados por el juego y sus efectos: chicos que han robado para apostar, deudas desorbitadas, detenciones, y sobre todo, aislamiento juvenil porque el juego atrapa hasta desplazar el interés sobre otras actividades –este punto no repite el patrón de otras adicciones, pero resulta crucial-.
Dejando a un lado las distintas perspectivas del problema, quiero sugerir, reiterar, colocar sobre la mesa algunas propuestas concretas y viables que ya han sido enunciadas y que, sin ser fórmulas mágicas puedan contribuir en algo.
Por un lado, la sensibilización, la necesidad de educar o de seguir educando en la cultura del esfuerzo frente al azar –la suerte es una mentira-, en la idea del trabajo frente al dinero rápido. Es preciso recordar a los jóvenes los múltiples riesgos que acarrean las apuestas, -casi siempre se pierde y nunca se gana,-; alertarles del peligro de la deuda y de lo nocivo que resulta aislarnos tras una pantalla. Sin ser cara, la concienciación resulta vital.
Una segunda cuestión decisiva: es preciso mantener a los menores al margen de esta quimera llamada juego, prohibir anuncios en horario infantil, ya que los banners y spots on-line son abiertos y, contra ellos, nada podemos hacer. No obstante lo dicho, en materia publicitaria sería todo un avance seguir los pasos que ya se dieron con el tabaco.
Además es decisivo llevar un mayor control sobre la actividad del juego: no basta con legislar, es preciso estar encima, y, por supuesto, endurecer las sanciones.
Por último, en las ciudades, podría estudiarse la opción de limitar el número de casas de apuestas que se puedan instalar en cada distrito para evitar saturar unas zonas frente a otras. Dado que el problema no debiera concentrarse en barrios de menos recursos o renta, -aunque sea en ellos donde haya más mercado potencial- tal vez, habría que reglarlo. En clave local, sería muy deseable que el Ayuntamiento solicitara a los equipos de fútbol colaboración al respecto en materia publicitaria.
Muy deseable, en fin, que la adicción al juego se colara en las agendas políticas.
Con el juego estamos jugando a otros juegos que ya se han jugado antes.