Amalia Pedrero González (Madrid) | La corrección idiomática en general y la ortografía en particular son temas que ocupan mucho espacio en los medios de comunicación. Si una persona famosa (de las que ahora se denominan influencers) comete una incorrección en cualquier red social, no tardan en salir voces quejándose sobre la falta, a la vez que reclamando la corrección lingüística. Un ejemplo de este tipo se puede comprobar en el caso de la polémica que se generó a causa del lenguaje empleado en Twitter por parte de la cantante de moda Rosalía, donde hubo posturas a favor y en contra de la forma de escribir que la artista emplea en las redes. Sin que haga falta ser una persona famosa, también ha ocupado mucho espacio en los medios de comunicación la cuestión de las faltas de ortografía en oposiciones, ya sea en las oposiciones para profesores de secundaria, en las que el 9,6% de los puestos quedaron vacantes en 2018, o en las oposiciones para el cuerpo de policía o para el de bomberos. Las quejas se basaban, además de en los errores propiamente lingüísticos, en el uso de abreviaturas y de los giros propios del lenguaje coloquial en contextos donde el estilo apropiado es el culto y cuidado.
Según mi propia experiencia, después de llevar más de veinte años dedicada a la docencia universitaria, puedo asegurar que el dominio lingüístico ha disminuido considerablemente entre los estudiantes, al mismo tiempo que el número de faltas de ortografía ha crecido exponencialmente. Al principio, allá por los años 90, prácticamente nadie suspendía por faltas de ortografía; en la actualidad, el número de suspensos por ortografía es muy, pero muy elevado.
¿Cuáles son las causas de este deterioro en el uso correcto de la lengua? Para mí existen dos causas principales: la falta de lectura y las carencias en la formación lingüística dentro de la etapa escolar, que implica no conocer el sistema lingüístico en sí mismo, sin olvidar no ser capaces de emplear el estilo lingüístico adecuado en cada momento.
En cuanto a la falta de lectura, se ha señalado que en un entorno de cultura audiovisual no se lee (es verdad que también se aprecian carencias en la lectura comprensiva), por lo que la falta de memoria visual obstaculiza el aprendizaje. La selección de obras adecuadas y el fomento del hábito lector son de gran ayuda para mejorar la expresión.
Pero posiblemente la causa no sea solo la falta de lectura. Es verdad que la lectura ayuda mucho a la hora de fijar la ortografía, pero no es lo único. También es necesario un trabajo ordenado y sistemático cuyo objetivo sea conseguir la corrección idiomática. Dentro de este proceso, la penalización en los exámenes o trabajos por faltas de ortografía no es mala en sí misma, siempre que se haga con sensatez, ya que en muchos casos estas faltas son por dejadez o falta de atención: si una persona es consciente de la penalización, va a estar mucho más pendiente de no cometer errores.
Sinceramente, el uso de la lengua se puede mejorar y, en los casos de las personas con tendencia a cometer errores, se pueden corregir en gran medida. Lo digo por experiencia, pero exige mucho trabajo por parte del profesorado.
Si nos centramos ya en el profesorado, este colectivo, independientemente del nivel al que nos refiramos, desde bachillerato hasta primaria, está de acuerdo en la carencia de sus estudiantes con respecto a la corrección idiomática, pero podría parecer que nos quedáramos en la queja y no avanzáramos en poner soluciones, ya que el número de anacolutos sigue creciendo. ¿Y en todos los colegios o centros de secundaria se trabaja de la misma manera y, dentro de cada uno de estos, todos los profesionales actúan igual? No, por supuesto que no: algunos centros educativos siguen trabajando con denuedo la expresión lingüística y se nota. Lo mismo se puede aplicar a los docentes: hay docentes que realizan una labor excelente en el uso de la lengua. Sería muy injusto incluir a todos los docentes en un mismo grupo.
No obstante, es obvio que existe en general un exceso de connivencia con respecto a los errores lingüísticos dentro de muchos estamentos dedicados a la educación, en los que se prefiere hacer caso omiso a estos fallos para evitar un número elevado de suspensos. Evidentemente, no se puede afirmar que no se haga nada, pero sí que las acciones tomadas no son adecuadas para adquirir unos conocimientos básicos de la principal herramienta en la comunicación, que es la lengua. Por otro lado, no hay un momento especial en la formación en el que hacer mayor hincapié en el uso correcto de la lengua: abarcaría desde las primeras fases de la escolarización, hasta la universidad, si bien es muy triste que un estudiante llegue con estas carencias a la universidad.
Merece la pena especial insistir en la necesidad de que cualquier persona que se dedique a la docencia, especialmente en primaria y secundaria, independientemente de la materia que imparta, tenga un gran dominio del uso correcto de la lengua para poder enseñarlo a los estudiantes. Si no se insiste en la corrección idiomática en los primeros estadios de la formación y se continúa en la misma línea en la enseñanza universitaria, conseguiremos lo que pasa ahora mismo: en las oposiciones a secundaria habrá un número elevado de suspensos por faltas de ortografía y, si la corrección idiomática se pasa por alto en estas, los docentes no serán capaces de enseñar lo que no conocen, por lo que el problema se seguiría agrandando.
Pero vamos a ser optimistas y vamos a pensar que toda esta situación se puede revertir. En el caso concreto del español, tenemos la suerte de poseer un sistema ortográfico muy sencillo, si se compara con ortografías como la inglesa o la francesa, de marcado carácter etimológico (la escritura se basa en la etimología de la palabra), frente a la nuestra en la que predomina el carácter fonético (que se escriba basándose en lo que se pronuncia), defendido ya desde Nebrija a finales del siglo XV. Es decir, el dominio de la ortografía es relativamente fácil, al igual que el uso correcto de la gramática. Con trabajo sistemático, como se ha mencionado anteriormente, se puede conseguir.
También existen otros procedimientos que pueden ser de gran utilidad. En la actualidad, fuera ya de los ámbitos escolares, existen muchos recursos para ayudarnos a no cometer errores: la Real Academia (sin ir más lejos), en su página web, pone a la disposición de los usuarios el Departamento del “Español al día” para realizar todo tipo de consultas lingüísticas, sin olvidar la plataforma enclave/RAE , cuyo objetivo es ayudar a mejorar el uso de la lengua. Otra institución con gran tradición, y también encargada del buen uso de la lengua, es la Fundéu o Fundación del español urgente , más enfocada en el uso correcto de la lengua en los medios de comunicación, pero que facilita igualmente el uso correcto de la lengua.
No obstante, para usar correctamente el lenguaje debemos ser conscientes de que necesitamos utilizarlo bien, por lo que parte de nosotros mismos la inquietud por el uso correcto. No es la primera vez que sostengo (y supongo que no será la última) que la forma de expresarse de una persona, ya sea hablada o escrita o, lo que es lo mismo, el uso que de la lengua hace una persona, es su tarjeta de presentación, mucho más importante que otras, incluso el físico y, en última instancia, por la que se formarán una primera opinión sobre nosotros. De la misma manera que no saldríamos a la calle con manchas en la ropa, tampoco debemos tener manchas en esta tarjeta de presentación, que es el uso que hacemos de nuestra propia lengua. Y no me estoy refiriendo ya solo a las faltas de ortografía, sino también a las incorrecciones morfológicas, sintácticas, léxicas, semánticas o de estilo (no diferenciar, como mencionábamos, entre estilos cultos y coloquiales), que se producen diariamente.
No consiste en que nadie se convierta en extraordinario escritor, ni en un eminente lingüista, ni caer en la afectación o en la pedantería, que tampoco utiliza bien el lenguaje quien incurre en cualquiera de las dos. Se trata, nada más y nada menos, de saber emplear con corrección la lengua.