Manuel Martín García
Defensor de la Ciudadanía de Granada
Con el coronavirus se decretó el estado de alarma y el confinamiento de la ciudadanía. Confinar, según el diccionario de la Real Academia Española, significa “desterrar a alguien, señalándole una residencia obligatoria” o “recluir algo o a alguien dentro de límites.”
La actual situación del COVID 19 nos obliga a mantener un distanciamiento físico que no sabemos cuánto durará. Mantenerse físicamente alejado de los demás es una de las formas más efectivas en este momento para combatir la propagación de esta gran pandemia.
Al hilo de estas circunstancias cabe preguntarse ¿Estamos viviendo un distanciamiento social, un aislamiento físico o un distanciamiento físico? ¿Es aislamiento social o aislamiento físico?
Nuestras palabras crean realidades. El lenguaje no solo describe, sino que junto con nuestras acciones y comportamientos crea nuestra propia realidad.
Por ello, desde mi humilde opinión creo primordial resaltar que se trata de un aislamiento físico y no social. ¿Por qué? Porque es importante y necesario que por motivos de salud permanezcamos separados físicamente, pero en ningún momento y bajo ningún concepto, ello puede significar que nos tengamos que alejar los unos de los otros socialmente.
No es distanciamiento social, es distanciamiento físico. Distanciamiento físico para romper la cadena de transmisión del coronavirus, pero acercamientos a la distancia social para fortalecer las relaciones humanas. Podemos permanecer socialmente conectados, incluso estando separados.
Hablar de distanciamiento social implica desconectarse de los seres queridos, y no hay confinamiento para hablar con la familia, personas queridos, para reír o para buscar otras formas y alternativas de estar conectados con los demás.
En estos momentos de alarma e incertidumbre debemos de estar unidos. Ahora más que nunca, necesitamos el contacto y la interacción con nuestro entorno, familia y amigos.Necesitamos mantener la distancia física, pero cuidar muchísimo la cercanía social.Estamos confinados, pero no aislados.
Siempre creí en la cercanía como valor. Un valor que implica tener la capacidad de tratar a las personas con humanidad, atención, amabilidad y de forma personal, eliminando en la medida de lo posible las distancias, barreras y otras circunstancias que lo impiden.
La cercanía es sentir a alguien cerca, accesible, próximo a nosotros. Aunque resulte paradójico, la cercanía ayuda también a minimizar la sensación producida por las distancias físicas. Cuando se comparte, el aislamiento se desvanece.
Interesarse, escuchar, llamar, estar presentes, alegrar, escuchar con atención, ser abiertos, transparentes, agradecidos…, pueden ser algunas de las claves para conseguir hacer que los demás nos sientan cercanos, incluso estando muy lejos.
Hay muchas cosas que podemos hacer para mejorar nuestro bienestar y el de los demás, de aquí la importancia de que, manteniendo la distancia física, -nunca la emocional- desarrollemos conductas de cuidado personal y de apoyo social.
Esta pandemia está despertando en nosotros lo humano. Está visibilizando muchas realidades; enseñándonos muchas lecciones de vida que nunca deberíamos olvidar. Es tiempo de cambiar porque algo ya ha cambiado y algo va a cambiar. Necesitamos cambiar el estilo de vida, volver todos mejores: menos egoístas, más solidarios, más humanos…
Lo que nos está salvando y nos salvará del coronavirus no es la competencia, sino la cooperación; no es el individualismo, sino la interdependencia de todos con todos. Dependemos unos de otros. Somos seres de relación, no somos islas. La salud de unos, depende de la salud de los otros, por lo tanto, el individualismo es antihumano y perjudicial para todos.
Ahora es buen momento de practicar la ‘socialización a distancia’. Esas mismas tecnologías que con frecuencia culpamos por destrozar nuestro tejido social pueden ser en estas circunstancias nuestra mejor oportunidad. Una gran oportunidad para mejorar las relaciones humanas.
Tenemos que mantener la distancia física. No nos queda más remedio. Pero contra la distancia social, podemos luchar, debemos luchar. ¡Hay que luchar! Ahora, mientras estamos separados físicamente, se nos ofrece una magnífica oportunidad para avanzar hacia una sociedad menos distanciada socialmente.
Esta pandemia ha trastocado la vida y la muerte, es verdad; la vida de todos los países, y la muerte de sus gentes. En medio de tanto desconsuelo, desde casa, pero conectados, hagámonos presentes, ayudemos, atendamos, acompañemos, consolemos, animemos, seamos solidarios… Hay distanciamiento físico, pero no distanciamiento social.
Atravesado por el presente, entre la angustia, pero con mucha esperanza, vuelvo a releer el viejo poema de John Donne, poeta metafísico inglés del siglo XVII, “Por quién doblan las campanas”. Ojalá lo convirtamos en himno y hoja de ruta de una nueva y mejor globalización, no financiera, sino social, humana, de conciencias… No somos islas.
¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.