Es 26 de agosto, el primer día de la II conferencia Internacional de Mujeres Socialistas. El verano de 1910 da algo de tregua al frío de Copenhague. Allí, una filósofa alemana, corpulenta y con arrugas, recibe el aplauso de las cien delegadas que copan el auditorio. Ella se dirige al atril. Su nombre es Clara Zetkin y está a punto de proponer el Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Nació en 1857 en Wiedeneau, Alemania. Se graduó en Magisterio por la Universidad de Leipzig. Desde muy pronto, desarrolló verdadera devoción por la lectura de revolucionarios rusos. Entre ellos, Ossip Zetkin, con quien se casó. Luego, militó en el Partido Socialdemócrata Alemán, hasta 1881, cuando Bismarck lo prohibió y ella decidió exiliarse.
Zetkin abraza el atril y empieza su discurso: “para impulsar la emancipación política de la mujer es deber agitar a las masas, ilustrarlas con discursos y literatura sobre la necesidad de la emancipación femenina”. Las asistentes miran sin descanso. Así, da entrada a una jornada en la que, además, se debatirán el mantenimiento de la paz y el sufragio femenino. No obstante, ella continúa.
En 1889 publicó ¡Por la liberación de la mujer! “La cuestión de la emancipación de la mujer, esto es, en última instancia, la cuestión del trabajo de la mujer, es una cuestión económica”, rezaba entonces. En España, hasta 1975 se prohibía a la mujer casada acceder a los espacios de producción. No obstante, sigue habiendo sectores con una representación femenina residual, como las ingenierías.
¿Por qué el 8 de marzo?
La humilde empresa textil Triangle Waist no tardó en crecer y hacerse un nombre en la ciudad de Nueva York. Sus métodos para cuidar su patrimonio eran estrictos y transparentes. Entre ellos, cerrar las puertas de la fábrica con llave para que nadie robara. Siempre debían saber quién entraba y salía. En 1908, esas cerraduras evitaron que sus trabajadoras huyeran de las llamas que provocó una colilla. Murieron todas, 129 mujeres. Fue un ocho de marzo.
Por desgracia, Clara Zetkin tenía fácil escoger la fecha. Los motivos eran claros: quería que cada ocho de marzo se convirtiera en una fecha de lucha, más que de celebración. “Ante todo, [el Día de la Mujer Trabajadora] tiene que promover la agitación por el sufragio femenino. Esta reivindicación debe ser explicada en relación con toda la cuestión de la mujer”, sentenciaba.
Ya había fundado, en 1891, la revista La Igualdad, que dirigió hasta 1917. En ella, publicaba textos suyos que clamaban por la emancipación femenina y proletaria, como Separación Tajante o Contra la teoría y la práctica socialdemócrata (contra Bernstein). Además, daba voz a otras autoras femeninas. Entre ellas, su amiga Rosa Luxemburgo y Alexandra Kollontai.
El legado de la alemana
Todas las delegadas vitorean la propuesta. Proceden a la votación y el resultado es rotundo: se aprueba el Día Internacional de la Mujer Trabajadora por unanimidad. El siguiente año daría el pistoletazo de salida, en Berlin, donde se manifestaron más de 30 mil mujeres. El resto de debates del día no corren tanta suerte, como el mantenimiento de la paz: se avecinan dos guerras mundiales.
En 1933 muere, unos meses después de pronunciar un discurso antifascista ante un parlamento plagado de nazis. Nos dejó sentencias como: “la aparición y consolidación de la propiedad privada son las causantes de que la mujer y el niño, al igual que los esclavos, pudiesen convertirse en propiedad del hombre”. Conviene recordarlo cuando 1128 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas desde 2003 en España.
Actualmente, la conferencia se sigue celebrando. Ahora se llama Internacional de Mujeres Socialistas. Además, y sobre todo, seguimos parando el ocho de marzo, sustituyendo el puesto de trabajo por las calles, para luchar por revertir las situaciones de desigualdad que vivimos cada día. Ahora lo llaman Día Internacional de la Mujer, pero su objetivo es el mismo: la emancipación femenina.