Héroes cercanos

En un estudiante que se lanza al mar para salvar a las víctimas de una explosión; en los cooperantes que se vuelcan en zonas de conflicto; en unos padres que donan los órganos de su hijo para salvar otras vidas; en el combate contra el olvido de dos supervivientes del horror nazi… en ellos también reside Andalucía. Son los otros nombres del 28F, andaluces anónimos que, junto a las personalidades reconocidas en el mundo de las letras, las artes, las ciencias y el deporte, conforman una Andalucía que también se escribe con S de solidaridad.

El 26 de mayo de 1985 una explosión en la refinería Gibraltar-San Roque provocó la muerte a 33 personas y heridas a otra treintena. Un joven de 18 años, Francisco Javier Beza, consiguió salvar con su bote a ocho de los afectados, que se aferraban a una boya marina junto a las llamas. La prensa de la época recoge cómo este estudiante de Matricería y Moldes «viajó temerariamente hacia el infierno» a bordo de una pequeña patera con el único objetivo de ayudar. Para él -tras la del rey Juan Carlos I- fue una de las primeras Medallas de Oro concedidas por la Junta de Andalucía en 1985, año en que se instituyeron estas distinciones, ya que en los dos previos el reconocimiento sólo nombraba a Hijos Predilectos.

Junto a Francisco Javier, la tragedia en la bahía de Algeciras también dibujó el nombre de otro héroe: Luis Borja Guerrero, un policía nacional que se jugó la vida aquel día para rescatar a los heridos. A él corresponde otra de esas primeras Medallas de Oro con las que Andalucía empezaría a reconocer a sus hijos más ilustres.

Igualmente fue un agente, en este caso de la Policía Municipal de El Puerto de Santa María (Cádiz), el profesional condecorado con una Medalla de Oro cuatro años más tarde. Un fuerte temporal de lluvia y viento azotó la provincia gaditana en diciembre de 1989. El policía Miguel Pozo murió como consecuencia de la descarga eléctrica provocada por un cable de alta tensión desprendido en el suelo cuando intentaba evacuar a algunas personas que habían quedado aisladas.

En enero de 1992, el joven periodista Diego Mora Perles, redactor de la delegación de ‘El Diario de Cádiz’ en El Puerto de Santa María, falleció en accidente de tráfico tras pasar dos días en coma. Sus padres, Diego Mora y Vicenta Perles, no sólo facilitaron que sus órganos fueran donados para salvar y mejorar otras vidas, sino que terminaron implicándose activamente para fomentar este gesto solidario en la provincia de Cádiz y en toda Andalucía. La concesión de la Medalla de Plata de Andalucía en 1992 para este matrimonio, padres además de otros tres hijos, supuso un reconocimiento a su «ejemplo de generosidad y solidaridad» tanto en este ámbito como en otros diversos proyectos puestos en marcha por el Servicio Andaluz de Salud en Cádiz.

Solidaridad sin fronteras

También nacidos o vinculados a Andalucía eran los tres cooperantes que, en semanas muy próximas entre los años 1996 y 1997, encontraron la muerte cuando desarrollaban su labor humanitaria fuera de nuestras fronteras. Ambos compartieron a título póstumo la distinción de Medallas de Oro de la comunidad en 1997.

Inmaculada Vieira, miembro de la ONG Medicus Mundi, murió a los 29 años en Maputo, capital de Mozambique, cuando fue alcanzada por una bala en un tiroteo entre la policía mozambiqueña y un grupo de delincuentes. Ese mes, noviembre de 1996, era ya una prolongación de la estancia de Inmaculada, que en principio debería haber concluido en agosto su trabajo de coordinación sanitaria en el segundo hospital más grande del país. Su objetivo más inminente era regresar a España con su familia para recuperar fuerzas y unirse de nuevo a las filas del voluntariado.

Un mes después moriría Fernanda Calado, ATS de Cruz Roja y enfermera jefe del hospital de guerra de Novi-Ataqui, en la república rusa de Chechenia. Su muerte fue un duro golpe para la familia que dejó en España y para los profesionales que compartían horas de labor humanitaria con una mujer «bondadosa» cuyo único afán era «estudiar más para ayudar mejor». Por su parte, el cooperante sevillano de Medicus Mundi Manuel Madrazo falleció en enero de 1997 en Ruanda, donde se encontraba colaborando tras haber pedido un permiso sin sueldo en su puesto de médico funcionario del Ayuntamiento de Sevilla para desplazarse a la zona de los Grandes Lagos. «Más que valiente, Manolo era solidario», definían sus compañeros en la ONG al fallecido, un hombre que «quería devolver una deuda al mundo».

Contra el horror nazi

El mismo compromiso del que hicieron gala durante toda su vida Antonio Muñoz Zamora y Joaquín Masegosa, supervivientes del campo de concentración de Mauthausen (Austria). A ellos se reconoció con las Medallas de Andalucía de 1999 por un esfuerzo incansable para mantener vivo el recuerdo del horror nazi, que costó la vida a más de siete millones de personas. Nacido en Almería, Muñoz Zamora fue deportado al campo de exterminio austriaco junto a un nutrido grupo de republicanos españoles, capturados en Francia por la Gestapo y el Ejército nazi, de los que un millar era de origen andaluz y sólo sobrevivió un tercio. Sus actuaciones con la Resistencia lo condenaron a la cámara de gas, aunque finalmente pudo ser liberado por los ejércitos aliados. Pesaba entonces sólo 29 kilos. Su valentía y su lucha sin respiro lo hicieron merecedor de la Cruz de Guerra de la Resistencia, otorgada por la República Francesa.

También almeriense de nacimiento, Joaquín Masegosa fue conducido al campo de concentración austriaco en 1941 y pasó de allí a trabajar como esclavo en el comando Ternberg, situado en la localidad del mismo nombre. Fue igualmente liberado por los aliados. Ninguno quiso que lo vivido quedara borrado para las generaciones futuras y dedicaron su existencia -Masegosa murió en 2001; Muñoz Zamora, en 2003- a la defensa de la libertad y de los derechos de hombres y mujeres, así como a combatir la injusticia y el fascismo. «A recordar para no repetir», fue el lema que guio su lucha. Lo materializaron en la fundación de la Asociación Amical, dedicada a recordar el genocidio nazi, y en el Monumento a la Tolerancia del almeriense parque de las Almadrabillas, del que fueron promotores.

En el caso de la enfermera almeriense María García Torrecillas, Medalla de Andalucía en 2007, su actividad profesional la llevo también a jugarse la vida. Exiliada a Francia durante la Guerra Civil española, supo responder a la persecución con heroísmo y desarrolló una labor humanitaria excepcional en la Maternidad de Elna, en el sur del país galo. Allí asumió el riesgo de proteger y ocultar a muchas madres, especialmente judías y polacas, buscadas por los nazis. Quien salvó la vida de tantas mujeres y niños -en los dos años y medio en que estuvo en Elna ayudó a nacer a unos 300- murió en 2014 con 97 años.

Mucho más reciente es el caso del ingeniero aeronáutico y piloto comercial José Luis de Augusto. Este sevillano formó parte de la tripulación del A400M que, en mayo de 2015, se estrelló en una finca cercana al aeropuerto de San Pablo de la capital andaluza. Además de ser uno de los dos únicos supervivientes de aquel fatídico vuelo de prueba, la pericia que demostró sorteando la zona comercial próxima al aeropuerto y evitando una catástrofe mayor lo hicieron merecedor de una Medalla de Andalucía en 2018. De Augusto quedó parapléjico tras el accidente que «marcó un antes y un después» en su vida, pero ello no le ha impedido volver a volar. «En el aire soy libre», aseguraba el piloto, para quien el accidente cambió sus días, pero no sus sueños. Su filosofía de vida la ha resumido en más de una ocasión: «No tengo miedo».

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