Rafael Escuredo había asumido en junio de 1979 la Presidencia del Gobierno preautonómico andaluz tras la marcha de Plácido Fernández Viagas, bajo cuyo mandato se firmó, el 4 de diciembre de 1978, el llamado Pacto de Antequera. A Escuredo le tocaba, pues, cumplir el mandato que se dieron todas las formaciones políticas del momento para dotar a Andalucía de una autonomía plena. Y ésta no sería posible sin superar un referéndum, fijado para el 28-F de 1980.
El referéndum exigía que se superara en cada una de las ocho provincias andaluzas el 50% del censo (no de los votos emitidos) para dar por positivo el resultado, lo que se presumía, como se demostraría después, que sería algo muy difícil de conseguir. Tan difícil, al menos, como que las 8 diputaciones provinciales y más del 75% de los municipios (finalmente fue el 97% los que lo hicieron) aprobaran mociones instando al Gobierno a conceder a Andalucía la autonomía por el camino del artículo 151 de la Constitución. Los promotores del «sí» en el referéndum del 28-F, con Escuredo a la cabeza, estaban obligados a movilizar de forma masiva a los andaluces. Y la música fue uno de los caminos para conseguirlo.
La campaña de Escuredo a favor del «sí» a la autonomía plena de Andalucía en las semanas previas al referéndum se convirtió en un espectáculo, en el sentido literal de la palabra. La llamada «Gira Histórica», que concluyó con un macroconcierto en Antequera, reunió a artistas como Carlos Cano, María Jiménez, Camarón, Manuel Gerena, Silvio con Luzbel y bandas como Alameda, el Tabletom de Rockberto o Pata Negra, con los hermanos Raimundo y Rafael Amador. De aquello hace ya cuarenta años.
Haciendo historia
Kiko Veneno también andaba por allí, entre bambalinas. Hacía las veces de regidor, para tener a los músicos controlados y que no se desmadrasen demasiado, según reconocería él mismo en el documental dirigido por Gervasio Iglesias con ocasión de los 30 años de la Gira Histórica. Él mismo acuñó la expresión, canturreando una y otra vez antes, durante y después de los conciertos que aquello era algo histórico.
Ricardo Pachón, actual director del Instituto Andaluz de Flamenco y que entonces acababa de producir a Camarón su disco La leyenda del tiempo, era el director artístico de todo aquello. Dispuso de dos semanas para montarlo todo, y no era una tarea fácil, desde luego. Había que reunir a los artistas de más éxito del momento, además de las complicaciones técnicas que implicaban montar y desmontar un gran escenario, moverlo y volver a montarlo dos días después en otra ciudad, así como contar con un equipo de sonido potente y suficiente para los espacios en que se iban a celebrar los conciertos.
Camarón tenía un fuerte tirón entre los gitanos. Los rockeros (Pata Negra, Alameda, Tabletom…), entre los más jóvenes. Y María Jiménez era un torbellino con una fuerza arrasadora, que levantaba pasiones y escandalizaba a partes iguales, como una Marilyn a la española. Poco tenían que ver entre sí los artistas que formaban parte del cartel, más allá de que todos eran jóvenes, vanguardistas, renovadores de la música que se había venido haciendo hasta entonces y verdaderos activistas contra el tópico de la Andalucía indolente. Carlos Cano y Manuel Gerena sí tenían un marcado compromiso político con el proceso autonómico, que en el resto pasaba algo más inadvertido. Los músicos, la mayoría, participaba y disfrutaba del ambiente festivo que rodeaba los conciertos, más por el placer de la música y lo que se vivía en el backstage (también por el caché) que por el discurso político.
Algunas anécdotas
La gira estuvo plagada de anécdotas. «En lo que yo pueda, ayudo», le llegó a decir Camarón a Escuredo. Acababa de grabar junto a la gente de Alameda y de Pata Negra La leyenda del tiempo. Y Raimundo Amador aprovechó la parada en Almería para comprar su guitarra Gerundina. La llamó así por el constructor, que se llamaba Gerundino, y que se había resistido a vendérsela, hasta que Raimundo le mostró los «bellotos» que había ganado hasta ese momento por sus actuaciones en la gira.
También en Almería se produjo una anécdota, cuando Silvio tomó por la cintura a Rafael Escuredo haciendo con la mano la señal de la victoria, mientras sonaba el Himno de Andalucía, ante la estupefacción del presidente del Gobierno preautonómico y la mirada atónita, sin saber qué hacer, de sus guardaespaldas. Según reconocería luego el rockero a Ricardo Pachón, aquello fue un guiño de Silvio por los viejos tiempos que, de niños, compartieron ambos cuando estudiaban en la Escuela Francesa de Sevilla. El propio Ricardo Pachón ha hecho referencia alguna vez a las tan surrealistas como tiernas conversaciones entre esos dos artistas tan inmensos como inclasificables que fueron Silvio Fernández Melgarejo (Silvio, a secas) y Roberto González (Rockberto de Tabletom).
Eran conciertos multitudinarios. Se celebraron en todas las capitales y en Antequera, donde se puso el colofón a la gira. En Cádiz coincidió con la celebración del carnaval. El público asistía por miles. Eran conciertos gratuitos, pues se trataba, precisamente, de movilizar a cuantas más personas, mejor. Los conciertos incluían un pequeño mitin de Rafael Escuredo, que posteriormente, una vez conseguida la autonomía, se convertiría en el primer presidente de la Junta de Andalucía. A veces, también Rafael Alberti, poeta y militante activo del PCE, se subía al escenario y leía algunos poemas. Carlos Cano, solo con su guitarra, interpretaba La blanca y verde, convertida en todo un himno, y así daba paso a Rafael Escuredo para que pidiera el «sí» en el referéndum que se celebraría unos días después. El acto más político lo cerraba el Himno de Andalucía, coreado por las miles de gargantas que asistían a los conciertos.
Ignacio Díaz Pérez | Historia del Rock Andaluz (Ed. Almuzara y Centro de Estudios Andaluces, 2018)