La solidaridad está tradicionalmente asociada a la voluntad que cada persona tiene para compartir algo con otros o prestar un servicio común. En ese sentido, es un valor que depende del grado de responsabilidad social de cada individuo hacia su entorno; es un acto desinteresado y altruista. Sin embargo, también es posible hablar de solidaridad en espacios más amplios, como por ejemplo a nivel empresarial. En este caso, se trata del mismo valor pero adaptado a la filosofía corporativa de cada organización. En la actualidad, cada vez son más las empresas que asumen un compromiso de este tipo, bien sea en el escenario en el que se desempeñan o en otros donde su intervención pueda ser de utilidad.
Lo primero que debe hacer una empresa de estas características es adoptar el valor de la solidaridad dentro de su plan de Responsabilidad Social Corporativa. Este texto es el que fija el marco de actuación de cada organización en relación al entorno en el que opera, incluyendo a las personas y las comunidades. Las empresas comerciales tradicionales dan prioridad al ánimo de lucro y potencian los medios de producción sin reparar lo necesario en el impacto que éstos puedan generar. Estas son algunas de las prácticas que intentan revertir las organizaciones solidarias, también llamadas cooperativas o de servicio social.
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