Paco Cuenca
Tenemos que volver a la normalidad. Seguro que, a lo largo de estos meses de estado de alarma y confinamiento, habrás oído esa frase u otras muy parecidas. Se une “normalidad” a “pasado”, como si, en este caso, lo pasado fuese sinónimo de mejor. Y nada más lejos de la realidad. Disiento por completo de esa idea. No creo que ninguno de los que leáis este post deseéis volver al tiempo anterior al COVID, porque la salida a esta tremenda crisis que nos ha tocado vivir, nunca puede pasar por volver al escenario anterior. Aspirar a eso, implica volver a un modelo donde la contaminación y la destrucción de nuestro medio ambiente eran santo y seña intolerable, una marca que ha identificado un modelo de sociedad insostenible.
Si hay algo que destaco de toda esta etapa de cuarentena ha sido el silencio. La desaparición del tráfico rodado de nuestras calles; la reducción hasta el raquitismo de la actividad económica en la ciudad nos ha brindado la oportunidad de encontrarnos con un silencio que, personalmente, solo hallaba cuando me alejaba de Granada en mis excursiones por Sierra Nevada. El silencio siempre nos invita a reflexionar y, estoy seguro de que muchos de nosotros hemos aprovechado esa ausencia de ruido para pensar. Hemos pensado en el futuro incierto que tenemos por delante; hemos pensado en cómo reinventarnos ante un tiempo nuevo; y también, hemos pensado en qué enseñanzas nos puede dejar esta experiencia.
La crisis del COVID ha de suponer para nuestra sociedad ese susto que, al volante de nuestro coche, alguna vez nos hemos llevado, uno de esos en los que, como el anuncio, ves pasar delante de los ojos toda tu vida en unos segundos, esa clase de impacto que hace que nos replanteemos todo de repente. Es verdad que también esos impactos los olvidamos pronto, pero dejan una huella profunda. Ahora toca no olvidar, ser conscientes de la fragilidad de nuestra vida, de la vulnerabilidad de la existencia, de la necesidad que la humanidad tiene de estar íntimamente relacionada con su entorno.
Creo que en Granada tenemos que entender esta situación que jamás imaginaríamos vivir, como un punto y aparte. Vamos a reflexionar sobre lo más básico, que no deja de ser la salud. ¿Hemos entendido que es lo más importante de todo? Pues si es así, hagamos todo lo posible para que nuestra salud no se resienta. Hoy, ya sabemos que una de las razones por las que este virus ha provocado la pandemia es la debilidad de los ecosistemas que, teóricamente cumplían la función de combatir de manera natural este tipo de ataques. Llevamos prácticamente dos siglos destruyendo nuestro medio ambiente. La naturaleza nos ha mandado señales, nada pequeñas muchas de ellas, a través de las que ella misma nos ha indicado lo erróneo del camino tomado. Y a pesar de ellas, hemos seguido adelante armados con nuestro egoísmo hasta el punto de estar ocasionando un cambio climático que está poniendo en severo peligro el equilibrio de todo nuestro planeta.
En estos dos meses paralizados ya tenemos datos que nos indican la mejora que ha experimentado la calidad de nuestro aire. Recordemos que en Granada respiramos un aire de pésima calidad (el tercero peor de nuestro país). Algunos estudios han determinado la relación que existe entre ese aire en mal estado y la mayor afectación del virus en nuestra salud. ¿Por qué no aprovechamos esta nueva realidad para cimentar los cambios necesarios que nos permitan combatir el cambio climático y sus efectos perniciosos en nosotros? Abracemos esta oportunidad para que en Granada demos los pasos necesarios que transformen el modelo actual hacia el nuevo paradigma urbano que utilice como unidad de medida de su escala al peatón y no al vehículo; una ciudad peatonalizada, una ciudad con un transporte urbano sostenible y eficaz; una ciudad que saque de la clandestinidad a la bicicleta y le otorgue el protagonismo que merece un medio de transporte que, además encaja con todos los parámetros de seguridad que exige la nueva realidad del COVID. No hablo de imposibles. Hace cuatro años, conseguimos poner en marcha el Metro, hicimos que Granada se sumara al Pacto Andaluz por la Bicicleta (era la única capital que no lo había suscrito), apostamos por los domingos sin coche en la calle Recogidas y en los barrios…
¿Pedimos demasiado? Sinceramente, no lo creo. Esta es la nueva normalidad a la que debemos aspirar, una normalidad que teja una alianza sólida con nuestra calidad de vida, una aliada en la lucha contra el cambio climático, con un nuevo concepto de ciudad que apueste por la salud, por cambiar la escala tan nociva que ha marcado un camino erróneo que nos ha conducido a un escenario que, a pesar de todo, nos está dando una segunda oportunidad. Vamos a aprovecharla.